Vi una mujer llorar. Lágrimas cargadas de cansancio, de impotencia, de amor, de dolor. Vi una mujer llorar cuidando de un hombre que era su tío, un hombre grande y enfermo. Un hombre cargado con más de nueve decenas de años anquilosando su cuerpo, quebrando sus huesos, borrando su mente. Vi unos ojos enrojecidos, una voz susurrante y rota. Una llamada de auxilio, un no puedo más. Vi a una sobrina sin fuerzas dando su tiempo y su vida, dando todo el amor y cariño que su cuerpo era capaz de dar. Una mujer impotente por no tener fuerzas para dar más.
Oí el ruido estertor de unos pulmones sin aire. Un cuerpo acartonado, inmóvil, postrado en una cama del que salían tubos y cables unidos a máquinas con números variables de colores y pitidos insistentes que retumban en mi cerebro. Un cuerpo rodeado de siluetas enfundadas en monos blancos, con movimientos lentos por el cansancio, ahogados entre la muerte, luchando por la vida.
Acaricié el rostro blanquecino, febril, lloroso, de uno niño agarrado al cuerpo de su madre nerviosa y temerosa. Una madre perdida ante el dolor de su hijo, el más pequeño o el mas grande. Una madre y un hijo en un mundo ajeno, hostil, de batas blancas y aparatos extraños, olores fuertes y sonidos raros.
Sentí la vida que venció a la muerte tras la agresión, el accidente en la carretera, la caída en la montaña, la enfermedad, el contagio…
Elegí regresar sabiendo que todo sería dolor y que mi mente no podría reblandecer los sentimientos. Regresé hastiada del ego ajeno, de la impotencia de la lucha, de la utilidad y la utilización. Regresé desencantada, viendo un mundo utópico que jamás logrará ser justo. Regresé a sabiendas de que volvería a encontrarme de frente con el sufrimiento, el dolor, la enfermedad y el cansancio. Regresé con turnos interminables, cargas de trabajo, con justicias e injusticias que tal vez no son, o sí lo son, y nadie las ve. Regresé por sorpresa y con expectación, con miedo a no poder avanzar y mucho que re-aprender. Regresé de un viaje de once años por un mundo, a veces privilegiado, a veces denostado; en dónde aprendí a conocer a gente que me engañaba, a reflexionar antes de hablar, a no decir la verdad sin mentir, a poner hígado sin bilis, a dormir cuando todo te quita el sueño, a dar consuelo. Levanté la voz y me acallaron la palabra. Regresé de un mundo de lucha y de ascenso, con caídas libres sin red, de impotencia e incomprensión. Con logros y algunas victorias. Un mundo dividido entre “los nuestros” y los otros.
Regresé al pasado en el presente, con la ilusión de re-aprender y de reencontrarme con quienes habían creído en mí, con los que de alguna manera les había fallado. Porque desde el otro lado no es posible cumplir las expectativas metidas en una urna, porque nada es como parece y todos somos nadie sin los demás. Dónde las leyes son interpretables y la justicia no siempre está de lado de quien la necesita.
El regreso al pasado puede ser tan aterrador como el futuro. Vosotros y vosotras me lo hicisteis fácil. Volví a ser una más. Volví del otro lado. Volví a sonreír.
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