He dejado de escribir. Y tú dirás que me ponga a teclear. Lo hice sin lograrlo. Mientras estoy despierta mi mente ha dejado de crear historias, cuando duermo se vuelve activa y los sueños parecen reales. Al despertar, el dolor de cabeza se hace presente y con él la ingesta de una pastilla mas. Demasiadas pastillas en estos días. El verano está siendo muy duro. Vivir en una isla, en el Mediterráneo, no es tan idílico como pueda parecer a quienes no han disfrutado de ese privilegio. Sí, es un privilegio, pero un privilegio con costos muy altos, especialmente en verano: playas masificadas, calles masificadas, bares masificados, restaurantes repletos; exceso de tráfico terrestre, exceso de tráfico marítimo y exceso de tráfico aéreo; precios elevados; aumento del ruido; aumento de la contaminación de la tierra, aumento de la contaminación del mar y aumento de la contaminación del aire. No, no, Mallorca no es la isla de Forges con un cocotero en medio, viendo pasar los días y esperando que alguien venga a rescatarnos. Lo de ir en taparrabos sería ideal en este verano que está pasando a la historia por tener la ola de calor más larga de la historia. En su casa cada uno se alivia como puede, generalmente aumentando el consumo eléctrico.
Pues como decía, este verano está siendo complicado. Julio me trajo una de las últimas variantes de ese bicho que se empeña en quedarse con nosotros cambiando cada poco su apariencia para despistarnos. La versión que me visitó fue como la vecina pesada y que no calla, que se instala en tu casa antes de la hora de merendar, le tienes que dar de cenar y no se va hasta pasada la medianoche ¿Os suena? Pues algo así, echa polvo todo el día, sobre las siete empezaba la fiebre, y la tos aumentaba al intentar dormir. Cuando lograba cerrar los ojos, los pulmones y la tráquea cerraban el paso al aire; los espasmos en el pecho persistían en el intento hasta que por fin el oxígeno viajaba hasta los alveolos: “son los síntomas” me dijo un médico el día que agotada de ese baile espasmódico, me fui a urgencias en busca de la pócima que me devolviera a la vida normal. “Paracetamol, para esto solo hay paracetamol” y viendo mi cara de odio ante la regresión de los tratamientos médicos en una pandemia y de la ausencia total de empatía que demostraba el galeno, me recetó un jarabe para la tos, sin codeína, por supuesto.
El día y la noche continúan confundiéndose frente al ventilador, sus aspas apenas logran mover los litros de aire suficiente para refrescar mi cuerpo. Dicen que con esta variante del covid, el cuerpo y la mente queda en un estado de “me da igual, déjame”, “estoy agotada”, “maldita tos que me agota”. Y dos semanas después de un alta semi-forzada (siete días de baja médica para los sanitarios según orden ministerial -de esto ni voy a opinar ¿pa qué?-) sigo tosiendo y confundiendo la noche con el día acompañada del maldito ruido del electrodoméstico que no deja de soplar; sintiéndome culpable por este pasar de días sin pena ni gloría y ansiando verme al lado de una manada de pingüinos en el Ártico.
El norte de Europa ya no es un lugar fresco en donde refugiarse ante la canícula de estos meses, las temperaturas son elevadas y hasta el asfalto se derrite retrasando los vuelos que llegan a la isla de la calma . Me di cuenta al ver las predicciones para dentro de quince días. Busco un refugio en donde la mañana no exceda de los veinticinco grados y de noche no llegue a veinte.
Bebo agua con hielo. Alargo la ducha. Coloco el moño mas alto para que el sudor corra libre por mi cuello. Miro las imágenes que Fidel Raso y Tamara Crespo han tomado de los incendios de Zamora y pienso en los profesionales de verdad, en los que lo llevan en el corazón, en los que dejan todo para estar al lado del prójimo, al pie de la noticia. Los dos podrían quedarse tranquilamente en su librería de Urueña y sin embargo su prioridad en estos días es hacer saber al mundo del gran desastre medioambiental y humano; kilómetros y kilómetros de territorio calcinado, de gente sin casa, de animales abrasados. Un desastre natural o provocado que tardará décadas en recuperarse. Zamora no es la única comunidad que arde, España se está quemando y en Cataluña, las casas de un pueblo se queman sin que se pueda hacer nada. En agosto del 2013 viví durante dieciocho días el incendio de la Tramuntana. Un incendio que comenzó con la intención de alguien de cocinar algo en una barbacoa y que en cuestión de horas calcinó todo un territorio protegido, corriendo monte arriba, cruzando el valle y llegando hasta el mar, dejando 2.140,2 hectáreas quemadas en Andratx, 187,3 hectáreas afectadas de Estellencs y 7,5 más de Calvià. Jamás olvidaré aquella primera noche en llamas, al lado de casa, con la ceniza empapada de lágrimas y sin saber qué hacer, impotente ante las llamaradas, mirando al cielo en busca del hidroavión que descargara agua, más agua. Dieciocho días de agonía. Lo peor fue cuando el fuego se extinguió y recorrimos los bosques que habían sido verdes, el olor a ceniza, la desolación. ¿Y qué nos queda con los incendios? La tierra abrasada, la deforestación, la ruptura de la pirámide alimentaria, las tierras quemadas, la gente arruinada, el paisaje destruido.
Y en este mes de julio la gente no sólo se muere en los hospitales o en su casa. El calor las mata en la calle, trabajando y los políticos echan las culpas a los patrones y los patrones al trabajador que ya no se puede defender. Y como siempre suele pasar la seguridad en el trabajo importa un carajo. Y las condiciones extremas no se tienen en cuenta “que se hidrate y que vaya por la sombra”… y en invierno que tome bebidas calientes y se abrigue… cuantos tendrían que salir de los despachos con aire acondicionado…
Y ya ni quiero hablar de las guerras, sí, de las guerras, porque no es sólo la de Ucrania. Haz una búsqueda en Google y cuenta los conflictos bélicos que hay activos ahora mismo en el planeta.
Para no sufrir es mejor evadirse con la última novedad de Appel, el último modelo de coche eléctrico, la gira del Barça en USA, la reposición de alguna serie en Netflix o las últimas publicaciones en Instagram. ¿De verdad hay que dejar de ser conscientes de lo que nos rodea? Las distracciones del siglo XXI son el verdadero poder de esta vida de marionetas que nos ha tocado vivir, pero de eso ya hablaré otra tarde.
*Gracias a Fidel Raso y Tamara Crespo por permitirme usar la imagen que ilustra el post
Cuánta verdad, cuántas verdades en lo que escribes, Natalia. ¡Gracias!
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“Paracetamol, para esto solo hay paracetamol” y “que se hidrate y que vaya por la sombra”. Dos frases simples que ilustran en tecnicolor algo tan complejo como la indiferencia humana, la desidia, la falta de amor entre los miembros de una única sociedad llamada Humanidad. No sentir el dolor del otro, su sufrimiento, su tristeza, su soledad, son factores claves para entender el bucle en el que estamos metidos, destruyendo todo para que ese todo nos destruya más. Usar al otro en vez de apoyarnos. Signo de los tiempos, dirían muchos encogiéndose de hombros. Pero yo digo ¡Mierda! Quiero otra cosa para mi querida especie, mi querido mundo. Quiero que nadie sufra, que nadie se sienta solo, y que todos sintamos esas llamas y ese virus como si lo estuviéramos padeciendo cada uno de nosotros. Solo así lograremos sanarnos entre todos, porque todos estamos enfermos. Y no hablo de dolencias físicas solamente, sino morales.
Ten mi apoyo, amiga, que aunque sea poco útil, es un deseo de mejora para ti, para tu entorno, mi entorno, nutro entorno. Cuídate mucho.
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Qué puedo decir ante una realidad que, en efecto, has descrito a la perfección y solo puede verse y sentirse como desoladora. Al menos me queda empatizar con lo que estás viviendo y desearte una pronta recuperación, una mejora en tu salud. Y enviarte mis mejores energías a través de mis palabras, pues aunque no parezcan, en sí, un gran apoyo, el hecho es que las palabras construyen realidades, y espero, con las mías, hacerte sentir un poquito mejor, más comprendida y acompañada, menos sola en esa soledad en que nos dejan siempre las enfermedades y los eventos que escapan a nuestro control. Un abrazo apretado, Natalia, y espero que pronto te recuperes. Y espero y anhelo también que el mundo, la Naturaleza, el planeta y el ser humano en su conjunto, nos recuperemos ❤
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