Tropecé con los textos de un desconocido que atragantaron mi sosiego durante un buen rato, me arañaron el alma. Los releo hasta aprenderlos de memoria. Sus versos recuerdan al viejo escritor ausente, encerrado en su cuerda locura, escupiendo frases con sabor a malta tostada, humo, especies, tierra y barrica. Vuelca la botella y el vaso se llena del líquido pajizo muy oscuro, casi rojizo. Lo saborea en la boca y le rasca la garganta. Disfruta del sabor fuerte y bebe otro trago a la vez que se le ocurre otra frase, otro verso, otro sentimiento que no duda en escribir.
El algoritmo recrea en mi mente a ese hombre, sentado, con los dedos temblorosos, tocando un teclado que como en la canción
“Haces que me sienta bien
Es tan triste la noche que tu canción
Sabe a derrota y a miel”
Aleatoriamente, incesante, una y otra vez aparece su perfil con esa foto oscura, teñida de un amarillo verdoso; y lo vuelvo a leer:
“Soy el canalla de Julia Navarro. El Knockemstiff de Donald Ray Pollock. El lobo estepario de Hesse. El God de John Lennon. Soy el Dr. Jekyll y el señor Hyde.
Me muevo y bailo entre luces y sombras.
Soy un tablero de ajedrez”
Imagino un león herido. Sus twits taladran mi cerebro. Refugiado en su soledad, huye de la malvada sociedad de iguales, de corderos vigilados, abstraído mediante un montón de libros. Por fin me atrevo y le susurro “¿Por qué dices que escribes como Quijote avinagrado?”
Escudriño buscando la herida, la amargura, el desgarro de sus letras. Como madre preocupada por su cachorro, vigiló sus delirios y me preguntó el por qué de esos sufrimientos. Comienza la danza, el ir y venir de interrogantes, los silencios y alguna respuesta.
Su quejido avinagrado rebota en mis pupilas, y sigo imaginándolo con su tristeza, su amargura y la inseparable botella de whisky, de vino, de cerveza:
”A veces me cuesta diferenciar las noches etílicas en mi salón con la noche estrellada de Van Gogh”.
El león maúlla entre rugido y rugido. Exhibe sus colmillos y rebuscó entre sus respuestas.
“Se expande mi espalda en el sofá mientras la colcha amarilla esposa mis brazos estirados. Cierro los ojos y relamo mis labios.
Pero comienza a sonar Ray Charles y me desligo y acciono.
Eyaculo en la libreta tinta azul.
Sonrío escribiendo. Divago. Sudo. Lloro.
Me quito»
Ser mimetizado entre sus sombras; solo cuando se sabe a salvo muestra sus ojos achinados, temerosos de que la luz desvele su secreto.
Sigue la danza sin cortejo, el miedo a lo desconocido, asegurando el cierre de la armadura, rehusando un inicio que no es ni preámbulo. Nada. Un desconocido en el escaparate de un mundo virtual.
El acercamiento no es fallido. Poco a poco el desconocido descubre su mundo sencillo, de trabajo normal, de vida normal, de música normal, de lecturas normales. Fueron los fantasmas de mi cerebro quienes imaginaron personajes estrambóticos disfrazados con corazas que protegen de depredadores virtuales.
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