Viajaré cada día para volver a mí cuando los párpados se cierren. Navegaré entre píxeles y fotones, sin saber qué buscar, encontrando imágenes repletas de mensajes. Pulsaré una tecla para volver a la realidad. Esta Semana Santa, no me pasearé por paraísos desconocidos; no viviré aventuras; no descubriré lugares encantados, ni me subiré a lo alto de una torre para observar un paisaje de tejados callados; no escalaré montañas, ni me bañaré en playas lejanas; no caminaré por las calles de Manhattan, ni contemplaré las puestas de sol en la sabana; no me sentaré sobre el mármol blanco de Carrara. Viviré entre las páginas de la monotonía, buscando momentos que robarle al tiempo. Buscaré un rincón entre las líneas de una novela. Escucharé la voz dolida de la enfermedad ajena. Regalaré sonrisas, y arroparé el frío de quien implore una mirada. Y con suerte, en la tarde, capturaré la vida sin ir lejos, sin hacer kilómetros, a la vuelta de la esquina. Y con la luna en los más alto, subrayaré frases de desconocidos con ese lápiz que cogí sin permiso, para marcar sentimientos que otros fueron capaces de expresar.
Esta Semana Santa te cogeré de la mano, apoyaré la cabeza en tu hombro e imaginaremos estar en torres que alcancen el cielo de ciudades inciertas; en mares tropicales salpicados de gotas de sal; entre las amapolas, en los campos repletos de almendros, en las piedras de Creta, escuchando fados en Oporto, bebiendo mezcal en los mas alto del Kilimanjaro… Qué importa, qué mas da. Lo importante es estar.
Tampoco yo viajaré esta Semana Santa pues tras una vida de viajes, travesías y diásporas, despedidas y reencuentros, arraigos y desarraigos, finalmente he comprobado que los mejores viajes son aquellos que se hacen de forma intempestiva y no porque el calendario lo señale, y que aquellos con los que más he crecido como ser humano han sido los que surgieron de improviso y agarré como pájaro en mano e instinto de supervivencia. Y qué deleite el de encontrar la ciudad más tranquila que de costumbre, y arroparme en la cotidianidad, los libros, las películas, la vida en familia, las conversaciones por internet, ese que llegó un tecnológico día y se instaló para siempre en nuestras comunicaciones. Y que, lo mismo que los viajes, nos llevan a conocer a nuevas personas, así como sus escritos y, a través de ellos, poquito a poco, su alma…
Me gustaMe gusta
Qué más da. Puede haber un mantel blanco sobre una mesa, los acantilados de Irlanda, una oruga sobre una hoja, una maceta en un balcón, la ropa colgando en el patio, la mujer que estira la colcha de la cama, el Gran Cañón del Colorado, las casitas de adobe de un pueblo perdido, el viento sur, la desembocadura de un río, el puño cerrado de un lactante, los sapos de la fuente de una plaza. Y ahí estaremos.
Me gustaLe gusta a 1 persona