El aire arrastra los sueños hacia lugares lejanos, dejando el vacío y la soledad en momentos rotos, en desánimos emergentes. La podredumbre aflora por la pantalla, y yo busco con la mirada la calma de las ramas balanceándose por el aire que se llevó mis sueños.
Llegas y te echo con un movimiento rápido de cuello. Niego una, dos, tres veces, que no volveré a cometer los mismos errores, y como Judas, traiciono mis propios deseos.
Sopla el viento, y sigo aquí, en el último rincón que me queda en este inhóspito mundo de hipocresía y falsedad, a donde las gaviotas llegan para protegerse del temporal.
Y me siento bajo el olmo, mirando al cielo entre las diminutas hojas de intenso verde. Aún queda espacio entre las ramas, los tenues rayos de sol acarician mi cara. Prefiero la suave piel de tus dedos, la que me acaricia en la mansedumbre de la oscuridad, centímetro a centímetro, buscando la complicidad del amor, la calidez del cariño, el saber que frente a las tormentas, permanecemos juntos y juntos las vencemos.
Y los pájaros acallan su piar porque el aire sopla y sopla, las ramas de los árboles se zarandean y las hojas secas caen al suelo después de planear algunos metros.
No es otoño. La primavera va y viene, sin que nunca llegue el verano. Miro al cielo de nuevo y se ensombrece ante el paso de las nubes. Pero sigo aquí, en mi refugio. En donde los árboles del bosque me protegen. En donde los insectos avisan de la proximidad de la tormenta. En donde los pétalos cerrados de las margaritas cuidarán del néctar de las abejas.
Y el hombre seguirá matando al hombre, porque de muchas maneras se puede morir.
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