Enjuto, como un galgo famélico, pasa la tarde sentado en el quicio de la puerta. La pupila translúcida busca un horizonte en dónde enfocar el azul del iris. Mientras el tabaco se consume entre los dedos, da un trago a la bebida escondida. Espera a que los clientes le pidan otra cerveza. Le cuentan chistes y él se ríe en silencio, iluminando la cara con el gesto y mostrando una dentadura que no es. Levanta sus huesos, con la lentitud del cansado. Trae a la mesa otra cerveza fría, muy fría, un trozo de tortilla recién hecha por él y una sonrisa manca.
El camarero

Deja una respuesta