Después de la cabalgata de Reyes, apagó la tele y se fue a la cocina. Se sento a la mesa sin hablar, y sin que su madre lo tuviera que llamar para que viniera a cenar. En aquellos días no dejaba de hacer preguntas y más preguntas sobre la Navidad, Papa Noel y los Reyes Magos. Miraba los anuncios de juguetes. Todo lo quería. No se paraba quieto y no era por exceso de chuches. Desde los dos años el nerviosismo se apoderaba de él, pero aquella noche algo le pasaba. Estaba demasiado tranquilo y muy callado. Cenó las salchichas con tomate y el huevo frito en silencio y sin distracciones. Bebió el vaso de leche caliente con cacao en varios tragos. Se levantó de la mesa dió un beso a su madre y se fue a la cama después de lavarse los dientes. Al cabo de un rato, su madre se sento a su lado, cogió el libro de cuentos, lo abrió y comenzó a leer la historia del traje invisible.
—Mamá ¿Cómo llegarán los Reyes Magos a nuestra casa si no se puede andar por la calle por la noche?
La madre cerró el libro y comprendió el porqué del silencio de su hijo a la hora de cenar. Lo miró y antes de darle una explicación el niño volvió a preguntar a su madre:
—Si los Reyes Magos son viejos y van a venir a casa a traer los regalos ¿por qué no pueden venir los abuelos a vernos?
—Cariño, debes dormirte, estas cansado y ya es tarde —le dijo dulcemente la madre sin saber como responder al pequeño de cinco años.
—Mamá ¿por qué pueden ir de casa en casa por la noche y nosotros no? — porque son Magos.
El niño dio un beso a su madre y cerró los ojos quedando dormido en unos minutos.
A la mañana siguiente se despertó muy temprano, despertó a sus padres y juntos bajaron al salón para ver qué habían dejado los Reyes. Al lado del árbol había unas cuantas cajas envueltas en papel de regalo.
—¡Los Reyes ha venido a casa y sin haberles llevado la carta! — gritó a la vez que corria a abrir los regalos.
Una bicicleta, un monopatín y un balón eran algunos de los juguetes que le habían dejado. En sus ojos aparecieron unas lágrimas. El pequeño comenzó a llorar.
—Hijo ¿Qué te sucede? ¿No te gustan los regados de los Reyes Magos? —preguntó la madre preocupada.
—Sí que me gustan.
—Entonces ¿por qué lloras?
—Mamá ¿los Reyes Magos no saben que no puedo salir a jugar al parque? —preguntó el niño sin dejar de llorar.
La madre y el padre se miraron y no supieron que responder, hasta que el padre le dijo que muy pronto podría ir a jugar a la calle. El niño se secó las lágrimas con la manga del pijama y desenvolvió la última caja.
Estuvo jugando un rato después de desayunar. Después se levantó y le dijo a su padre
—Papá quiero ir a jugar con los primos y ver que les han traído los Reyes Magos.
— Hijo, este año no podemos ir a casa de los tíos.
—¿Por qué?
—Porque la abuela y el tío viven con ellos.
—Pero el año pasado también vivían juntos y fuimos —contestó con gesto extrañado.
Sin contestar, el padre se levantó del sillón con lágrimas en los ojos. Fue a la cocina, cerró la puerta y comenzó a llorar. Sorprendida y sin entender que sucedía, la mujer dejo de fregar los platos, cerró el grifo y secándose las manos se acercó a su marido buscando la respuesta de lo que sucedía. Él solo acertó a decir
—¡No soporto esta pandemia!
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