Algunas tardes de invierno, te recuerdo al salir del colegio, vestida con tu uniforme azul marino. De andares pausados y espalda recta, caminando al lado de un señor mayor en edad, alto, de espalda ancha y pelo cano, bigote serio y ojos atentos.
Supe siempre quien eras pero no te hablé hasta que la vida nos cruzó.
Aquel hombre dejó de estar y tu mirada se ausentó para siempre. Algunas veces intento recordar como eras antes de que aquello pasara, y a mi mente vienen los sábados de bares buscando la diversión para ahogar el tedio semanal.
Un cuerpecito con piel suave y mirada atenta adelantó el final de tu adolescencia. Apenas sabías cuidarte y te viste con la mayor misión de tu vida en los brazos. Por fin vi una sonrisa que despistaba la mirada triste y llena de miedo. Las cosas no eran fáciles y pocos estaban dispuestos a cuidar de ti y de la pequeña. Cada uno su vida y tú sin manual de instrucciones para caminar por aquel camino empedrado.

El caparazón donde escondiste tus inseguridades fue creciendo y sin pensarlo decidiste convertirlo en un espacio confortable en donde permanecer segura, sin agresiones, sin juicios, sin odios… Y allí reinaba el amor y todo estaba a tu medida.
De tanto en cuando necesitabas el aire fresco en tu cara. Salías y al poco tiempo volvías corriendo a tu Mundo porque allá fuera nada era como tú querías que fuera, como habías leído en los libros, nada era como había sido en tu niñez.
Y pasaron los años y a medida que el cascarón se agrietaba buscabas armas para defenderte. La cruda realidad, la del desamor, la decepción, el abandono y la muerte entraban sigilosamente por aquellas grietas. Te diste cuenta que no estabas a salvo. Que la vida se empeñaba en hacerte daño y que lo peor estaba por llegar y llegaría muy pronto. Fue entonces cuando decidiste olvidar los consejos y enseñanzas de la juventud. Habías contenido demasiada rabia, demasiada impotencia, demasiada envidia, incluso odio. Y sin saberlo fuiste cambiando la dulzura por la sinceridad que durante tanto tiempo habías escondido. Una explosión de sentimientos encontrados alcanzó a quienes no estábamos preparados para toparnos con la realidad de quién vive aprisionada en su propia historia. Y un día dijiste “pues ahora digo lo que pienso y punto”. Aquella frase fue clave para que me diera cuenta de que la vida de los demás pasa demasiado rápido para mí y sin apenas rozarme. Aquel día pensé en cuantos reproches había envueltos en comentarios vacíos que seguramente llegaron a ti como puntas de lanza. Y ya en el otoño de la vida me doy cuenta de que no es recuperable el tiempo perdido y que los caminos se eligen según vienen las tormentas. Que el cariño y la amistad verdadera aguanta huracanes, terremotos y palabras cizañeras inclinan la balanza de la fraternidad volviéndola con el tiempo al centro.
Y sigo aquí, sin caparazón agrietado, en la distancia, pendiente de ti, porque como tú, no quiero que me hagan sufrir.
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