Bajo el olmo II
El silencio no se calla, las voces atronan en el estómago y el puño comprime un par de dedos por debajo del esternón. Nadie se está muriendo. Pero muchos agonizan ante la impotencia de no poder cambiar la realidad. Ansiedad.
Las cigarras frotan sus patas hasta suicidarse en estos días de calor. Las aves llegan exhaustas de otros lugares, se paran, retoman vuelo rumbo a otros cielos. Repiten el viaje cada año, no son las mismas pero nadie lo dice. Los mosquitos tigre, como buenos colonizadores, se toman la libertad de incordiar a cualquier hora del día. No les importa el repelente y sólo a veces se asustan del humo. Insisten en chupar la sangre. Lo mato y aparecen dos. Los mato y aparecen cuatro. Se alían en escuadrones y comienza la batalla. Manotazos, repelente, humo, mas manotazos. Al palomo no le asusta el teclear del ordenador y se posa frente a mi desafiante. Nos miramos y se va.
Ni una nube en el cielo. Las ramas de los olmos se encuentran en un baile acompasado y lento, al ritmo del canto de las aves. Encuentro la sombra y no estoy segura de querer buscar el mar. Cierro los ojos y escucho el motor de los aviones rugiendo sobre mi cabeza. Imagino la cabina con turistas apiñados con mascarilla en busca del agua cristalina. Así dicen que es el mar estos días porque no ha habido actividad económica. Habrá euros y los delfines ya no jugaran cerca de la costa, tampoco se verá el fondo del mar desde el cielo.
Inspiro. A lo lejos suena el motor de un autobús que va hacia Sant Elm. La tórtola replica en lo alto de una rama. Imagino la terraza del bar del pueblo que estará como la vi ayer, con las mesas llenas de gente, sin mascarilla y muy juntos. En la iglesia, los parroquianos asustados hablaban de los rebrotes de la pandemia. Todos se juntaron en los bancos de la iglesia y al salir en corrillos repasando las novedades de la semana
Un trago de cerveza y un vistazo al WhatsApp, hay mensajes que no me apetece contestar. Nima y Laya desconocen la nueva realidad. Juegan, comen, duermen y están mas acompañadas que antes de la pandemia.
Los mosquitos vuelven a atacar y las gotas de sudor resbalan por cara y espalda hasta llegar a lugares insospechados en donde se encuentran con otras gotas y forman un chorreo que cala la poca ropa del verano.
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