Los troncos contra la pared, esperan amontonados, unos al lado de otros, haciendo un monton, asomando sus aros. Son troncos de acebuche, de almendro, de algarrobo. Los hay de todos los grosores, perfectamente cortados, a la misma longitud. Están secos. Se secaron antes de que llegara el invierno. Este invierno ya no se quemarán en la chimenea. Tal vez aviven el fuego en la barbacoa. Frente a ella, cinco macetones enormes. De barro rojizo. Tienen plantas supervivientes del frío. Algunas hojas estan marrones por el exceso de lluvias, otras amarillas. Plantas arómaticas y plantas crasas, juntas. Especies diferentes esperan el sol del verano para crecer. El perejil esta muy alto. Ha crecido en exceso y sus hojas están deformes. El tronco ha engordado de lluvia y sombra. La yerbabuena crece bajo sus ramas y una albahaca recien trasplantada permanece espectante a que sus raices tomen asiento y puedan estirarse a lo largo del fondo de la jardinera. La jardinera es fea. Es el único contenedor de tierra que es de plástico. Imita a esas, de piedra que adornan jardines delimitando el cesped, al lado de enanitos de nariz roja y mejillas prominentes, de tamaño de niño pequeño. Yo no tengo niños, tampoco tengo enanito, ni jardín. Tengo un patio con macetas, una mesa metálica con sillas de plástico y una barbacoa de obra. Pero se oyen los pájaros. Anidan en el tejado, junto a las palomas. Por la mañana me despiertan. En el patio hay un ficus de hojas tristes con manchas. Se parecen a las manchas de mi espalda que los años y el sol han pintado de marrón. Miro las cuatro macetas pequeñas qué están delante de las grandes; una cinta, un incienso y dos suculentas. El incienso se apagó y las moscas han vuelto. Un niño llora y su madre lo riñe en árabe. Tampoco sé árabe. El niño llora y la madre grita. Siento las pisadas de mis vecinos que hacen ejercicio, corren alrededor de su patio. En mi casa hay silencio. Levanto la cabeza y veo el cielo gris. Faltan dos horas para el aplauso y la charla con los vecinos. Hola y adiós; ¿cómo va? Bien bien; hace frio; vamos a dar una vuelta; de vuelta del trabajo; que calor. Trece años de saludos de cortesía y conversaciones vacías. Tras los aplausos de las ocho una pequeña tertulia. Se van las mujeres y los hombres quedan charlando. Cada uno en el quicio de su puerta. La calle es estrecha, con casas de piedra y aceras también estrechas. Cada uno cuenta una cosa. A veces coinciden. Otras preguntan. No pueden hablar de futbol, supongo que les gustaría. No hay futbol, ni basquet. Los deportistas ya no juegan juntos, entrena cada uno en su casa. En la tele no retransmiten ningún deporte. Sólo noticias, películas y viejos programas, o nuevos programas hechos desde casa. Los oigo desde el sofá. Me negué a aplaudir y lo mantengo. Siento envidia de la tertulia, estoy ocupada y la envidia se pasa. En menos de veinte minutos las puertas vuelven a estar cerradas. Vuelvo a mirar las plantas. Faltan flores de vivos colores. El patio está triste. Mi espalda y mi cabeza duelen. La migraña a vuelto. Las pastillas no hacen nada. Cierro los ojos. Veo el mar y las dunas. Paseo por el camino de madera a la orilla de la playa. Una cerveza fría, la puesta de sol, paseo de vuelta al camping, mañana mas. Abro y cierro los ojos de nuevo. Pájaros cantando en un silencio sepulcral. Necesito pasear por la cornisa de una muralla, subir ala torre de una catedral, descubrir una librería en cualquier ciudad, un helado de vainilla, la música del saxo en la calle peatonal, cruzar el río, pasear por el bosque. Cierro los ojos y sueño.
En el patio

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