El año nuevo comenzó como un día mas de cualquier mes, de cualquier año. Para cenar pan y cosas, como acostumbraba llamar a las cenas con fiambre y embutidos. Agua con gas para beber y de postre un par de galletas con chocolate. La única diferencia de la noche vieja, con el resto de las noches del año, era el insistente sonido del móvil, con mensajes en las redes sociales y en el whatsapp. Este año no fueron tantos como en otras ocasiones. La familia se repetía enviando fotos de los más peques. Las amigas no estaban de humor para selfies, ni para chistes. Dos divorcios y el tercero en camino era el balance del año que terminó. La televisión sólo se encendió para ver el vestido de la locutora dando las campanadas. Este año había cambiado el habitual semidesnudo por una coraza de metal terminada en una tela negra. No se sabía si quería imitar a la estatuilla de los “oscar” o a una armadura medieval remasterizada. Después de haberse sorprendido del atuendo, cambio de canal. Las sorpresa continuaba en el canal autonómico, un programa musical con un par de grupos que parecías sacados de una verbena de los años setenta. No salía de su asombro y alternaba la pantalla de televisión con la del móvil. En ninguna de las dos había nada interesante. Lo cierto era que hacía mucho tiempo que no había nada interesante, salvo alguna serie de pago o la descarga de algún libro. A eso de las dos de la madrugada, los ojos se cerraban y decidió que ya se había terminado la noche vieja.
La mañana de año nuevo transcurrió lentamente, procastinando, y con numerosas visitas al baño. Cogió frío y la molestia en el bajo vientre protagonizó la mañana. No tenía planes. Nadie la había invitado a comer. Tampoco tenía ánimos para preparar una comida especial. Odiaba las fiestas del principio al fin y estas navidades estaba aún mas reticente a cualquier tipo de celebración. Consideraba que todo aquello no era mas que un periodo en el que la hipocresía, el cinismo y el consumismo aumentaban de forma exponencial. No soportaba las reuniones familiares, ni las cenas de empresa, ni los reencuentros con amigos de los que el resto del año no sabía nada. Hubiera preferido coger un avión hacia el otro lado del mundo pero el sueldo sólo le permitia regresar a la cabaña heredada de sus padres en el norte del país. Y en la calle multitudes de personas iban de un lado a otro cargados con paquetes y bolsas. Pocos sonreían. Muchos se quejaban de los precios y del gentío que había en los grandes almacenes. En los bares y en los restaurantes era difícil encontrar una mesa en donde poder sentarse tranquilo a tomar un café o a comer cualquier cosa. Las luces que adornaban las calles le parecía un gasto innecesario. Todo aquello le parecía un gran show.
Un día, hacía muy poco, le preguntó a una amiga si no le daba vergüenza gastarse mil doscientos euros en un teléfono móvil cuando seres humanos, de países cercanos, se estaban muriendo de frío o ahogados en medio del Mediterráneo. A ello su amiga le contesto que su dinero lo gastaba en lo que le daba la gana, que para eso era suyo. En aquel momento, Paula se levanto, fue a la barra a pagar, después volvió a la mesa en donde estaba su amiga, cogió su abrigo y se fue sin mediar palabra.
Ahora pensaba si no hubiera sido mejor explicarle que con lo que le había costado su móvil nuevo había gente en el mundo que era capaz de comer durante varios meses. – Total a ella le da lo mismo, ¿para qué perder el tiempo con explicaciones? A esta no las sacas de su zona de confort ni aunque esté completamente arruinada – Se lo dijo al espejo que tenía en una mano, mientras con la otra se quitaba pelitos que le habían salido en el entrecejo.
Cuando acabó de depilarse se levantó del sofá, fue a la cocina y de la nevera saco el brik de leche y el bote de cacao. Abrió la puerta del microondas y puso a calentar el liquido con el cacao disuelto. Cuando estuvo listo, sacó un paquete de galletas y con todo en una bandeja se fue al salón. Eligío una película y merendó.
En el trascurrir de la tarde dio paso a otras cosas cuando termino la película, algunas lecturas y un poco de escritura, nada especial, ni siquiera había quitado el pijama desde hacía un par de días.
Cuando llegó la noche pensó que nada había cambiado de un año a otro, sólo el calendario que tenía colgado en la puerta de la cocina.
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